Cuando escribe un libro o un artículo, el autor ya ha diseñado la estructura de todo el proyecto. Conoce su tesis, los argumentos con los que va a defenderla, así como la conclusión. Por el contrario, el blog es un género peculiar dentro de los textos argumentativos. Puedes diseñar cada una de sus entradas, pero no sabes por qué caminos discurrirá el macro-texto o cómo será su conclusión. El escritor de blog escribe, como diría Unamuno, “a lo que salga”. La dirección del blog, especialmente si está dedicado a la actualidad política, está sujeto a los vaivenes de la historia todavía en proceso, así como a las apetencias y gustos de sus lectores, siempre difíciles de complacer. El blog es un proyecto en perpetua elaboración. Solo cuando se toma la decisión arbitraria de concluirlo, es posible tomar distancia y evaluarlo en su conjunto. Cuando se decide comenzar uno, esta característica de “género en proceso” hace que sea altamente difícil darle un título. Este debe encapsular el tema y el enfoque que tendrán en su conjunto todas sus entradas. ¿Cómo darle un título afortunado a un proyecto editorial que todavía no ha sido escrito y que ni siquiera sigue un plan determinado? El asunto además se complica por razones que tienen que ver con la mercadotecnia: debe ser corto, fácil de recordar, (importante) no debe estar registrado y debe tener lo que en inglés se denomina “punch”, que torpemente se puede traducir al español como “tener gancho” o “causar impacto”. Durante meses estuve atascado en los primeros pasos de este proyecto, ya que no encontraba un título que satisficiese todos esos requisitos y que tuviese la suficiente extensión como para que bajo su paraguas pudieran publicarse asuntos tan diversos como los que tenía en mente. No se trataba de un problema menor. Para publicar un blog hace falta registrar el dominio, lo que hace imposible cambiar el título una vez dado a conocer en Internet.
Adorno en la cultura occidental, su atalaya de líder de la Escuela de Frankfurt. Cuando todavía era yo un joven estudiante de doctorado, fueron pasando por mis manos su Teoría estética, Dialéctica de la Ilustración, la impenetrable Dialéctica negativa. Frente a estos títulos, Minima Moralia expresaba al Adorno más auténtico. En este libro Adorno aplica su método dialéctico a las unidades más pequeñas del texto. Cada una de las oraciones de Minima Moralia encapsula un pensamiento en movimiento, convirtiendo el texto en una especie de fractal dialógico. Curiosamente, Adorno debió hacer algo parecido a lo que hice yo para dar título a su libro. Debió buscar inspiración en su biblioteca, en la que sin duda encontró los textos fundacionales del pensamiento moral de Occidente. Allí, como no podía ser de otra manera, dio con Magna Moralia, obra que durante mucho tiempo se atribuyó a Aristóteles. Controversias sobre su autoría aparte, este texto constituye uno los primeros intentos de construir todo un sistema ético que le garantice siempre “obrar con rectitud” a quien sigue sus dictados. Inauguró así una larga tradición de tratados filosóficos que sintetizaban normas éticas con intención de que fueran válidas para todo ser humano, sin importar el lugar, la época y la cultura a los que perteneciera. De ahí el calificativo de “magna”. El principal problema de los tratados sobre “moral o ética de sistema” reside, cómo no, en lo problemático de encontrar valores inmutables y universales sobre los que construir una moral que lleve a la conducta recta. Algunos de los grandes nombres de la Historia de la Filosofía, como el mismo Aristóteles, Epicuro, René Descartes, David Hume, Immanuel Kant, John Stuart Mill, han dedicado algunas de sus mejores páginas a este problema. Pero durante el siglo XX se produjo un acontecimiento histórico radicalmente nuevo que hizo saltar por los aires los cimientos filosóficos y morales de Occidente: el Holocausto o, como prefiere el pueblo hebreo, la Shoah. Las persecuciones y los pogromos contra los judíos no eran nuevos en la historia europea. La primera gran masacre antisemita se produjo en 1096 en suelo del Sacro Imperio Germánico dentro del contexto de la Primera Cruzada. Entonces, ¿en qué reside la novedad del Holocausto? Adorno, como otros pensadores, enseguida se dio cuenta de ello. La Shoah no fue un acontecimiento salvaje e irracional, sino que fue planificada y ejecutada siguiendo los más estrictos dictados de la razón. De hecho, el principio rector que los Nazis siguieron pertenece a la más pura racionalidad y eficacia capitalista: cómo matar más individuos con el mínimo gasto de recursos posible. El Holocausto supuso, por tanto, la industrialización del exterminio. Los campos de exterminio funcionaban como macabras factorías que minimizaban la inversión económica y maximizaban la producción de muerte. Por esta razón, la Shoah planteaba nuevos interrogantes éticos que no era posible solucionar con los enfoques tradicionales del pensamiento moral. ¿Realmente la razón conduce a la civilización? ¿Cómo veinticinco siglos de pensamiento racional, inaugurado por Sócrates, habían podido llevarnos al Holocausto? ¿Es permisible el pensamiento ético o moral después de esta “masacre racional”? ¿Es posible encontrar nunca más valores inmutables y universales sólidos sobre los que construir un sistema moral racional? Estas fueron algunas de las preguntas que Theodor W. Adorno, alemán de origen judío, debió hacerse durante su exilio americano. En Estados Unidos, precisamente, fue donde escribió uno de los libros sobre moral más fascinante de la historia, su Minima Moralia, título que, como hemos visto entraba en diálogo con el citado libro atribuido a Aristóteles.
En Minima Moralia, Adorno renuncia a construir ningún tipo de sistema moral. No busca verdades morales transcendentes, sino que examina la verdad de la vida inmediata. El texto se compone de ciento cincuenta y tres fragmentos; reflexiones inconexas y dispersas que Adorno escribe desde su compromiso con la realidad. Pero es que Adorno llega incluso más lejos en la atomización de su pensamiento moral. Cada fragmento está escrito en un estilo que tiende al aforismo y la sentencia. Es como si Adorno quisiera que cada oración del libro fuera un todo independiente, cerrado sobre sí mismo. En su interior encapsula la estructura dialéctica interior de las ideas sobre las que reflexiona. Salvando las comparaciones con Adorno, Política Mínima no busca una verdad absoluta, en este caso de carácter político, sino ofrecer reflexiones sobre la “politeía” de lo inmediato. No quiere contribuir a la construcción de ningún sistema político, ni mucho menos justificarlo. Simplemente quiere examinar los procesos políticos de la realidad más inmediata, ya sean de tipo institucional o de tipo ideológico. Cada uno de los artículos de este blog quiere ser un fragmento discontinuo del resto. Para este propósito se ayudará de los textos fundamentales de la teoría crítica y la teoría social. A lo largo de sus páginas examinará diferentes teorías del poder, intentando buscar una verdad más allá del pie de la letra. Toda interpretación del poder contiene siempre algún tipo de verdad. Es tarea del lector, en última instancia, encontrarla e usarla para encontrarle sentido al mundo en el que vive. Para poder descifrar las nuevas líneas de tensión del poder global es ineludible estar al tanto de la actualidad política china. Tengo que confesar que soy completamente lego en la materia. Mis escasos conocimientos sobre el tema se reducen a los titulares de los periódicos occidentales que hojeo habitualmente: El País, Le Monde, The New York Times. Por esta razón, se me ha ocurrido que la mejor manera de acercarme a las políticas que fluyen desde el nuevo centro de poder global chino es analizar de manera crítica los discursos con los que el presidente chino Xi Jinping se dirige a su partido, a sus conciudadanos y, en general, al mundo. ¿Cómo habla Xi a su pueblo? ¿Cómo construye sus discursos y qué tropos usa? ¿Qué ideología se esconde bajo la superficie del texto? Para responder a estas y otras preguntas he estado releyendo el informe presentado por Xi Jinping el pasado 16 de octubre ante la sesión plenaria del XX Congreso del Partido Comunista de China. En principio, este discurso debía dar cuenta de los resultados de las políticas de su gobierno durante el quinquenio que acababa. Sin embargo, lo que Xi hace es detallar las líneas maestras de su política para el quinquenio 2023-2028. Más que permitir a sus camaradas de partido fiscalizar los resultados de su gobierno, Xi presenta las políticas que todos los oficiales del PCCh deben internalizar e implementar durante los próximos cinco años. En su momento, los medios de comunicación ya dieron cuenta del contenido, explícito e implícito, del discurso: el desafío a Occidente por la hegemonía mundial, la proclamación del final de la pobreza extrema en el país, la ideologización creciente del Partido frente al antiguo pragmatismo de Deng Xiaoping, la aplicación de la política “un país, dos sistemas” respecto a Macao y Hong Kong, la posibilidad del uso de la fuerza para lograr la integración Taiwán en la República Popular, los éxitos de las políticas comerciales del gobierno. Discurso completo publicado por South China Morning Post (Traducción simultánea al inglés) NUEVA POLÍTICA, VIEJA RETÓRICAUna primera lectura del texto permite encontrar algunos de los tics propios del discurso público de los regímenes autoritarios con fuerte culto a la personalidad. En esta línea, Xi apela a la unidad nacional para luchar contra unos enemigos y peligros exteriores más o menos difusos. Condiciones sine qua non para la victoria en esta lucha son el orden y estabilidad social. En opinión de Xi, su país será además el garante de la paz y el multilateralismo mundial. China, afirma, “jamás procurará la hegemonía ni practicará el expansionismo”, en clara alusión al belicismo y unilateralismo de Occidente. Otro aspecto típico de este tipo de discursos es que los contornos que delimitan partido, estado, gobierno y pueblo se vuelven difusos. Se diría incluso que estos cuatro conceptos son intercambiables dentro del texto. Para Xi pueblo y partido son una única entidad; partido y estado, una única institución; gobierno la máxima expresión de ambos, así como la encarnación del espíritu del pueblo. Se añade a esto que tanto partido como estado tienen un rol totalizante e intervencionista. A lo largo del texto se puede ver como el gobierno se inmiscuye en las facetas más privadas de la vida de sus ciudadanos. En esta línea de clichés en la retórica de Xi Jinping merecen mencionarse a parte su visión de la corrupción y la democracia. Así, su discurso denuncia las prácticas corruptas dentro de las estructuras del partido y dentro del aparato del estado. Por supuesto, la corrupción no afecta a la cúpula de ambas instituciones, el Consejo de Estado, que preside el propio Xi, sino que se encuentra enquistada en la escalas intermedias y bajas. El origen de la corrupción se debe, en su opinión, a “corrientes ideológicas erróneas, como la idolatría del dinero, el hedonismo, el ultra-individualismo o el nihilismo histórico”. Como es fácil apreciar, Xi presenta a los funcionarios y oficiales de las escalas intermedias y bajas como chivos expiatorios de una corrupción cuya presencia es palmaria para cualquier ciudadano chino. En contraposición, nos presenta a los miembros del Consejo de Estado como incorruptibles, como incorruptible es también el propio pueblo chino, del que ofrece una imagen totalmente idealizada. Por otra parte, el discurso de Xi comparte con los discursos públicos del estalinismo y el maoísmo un uso muy ambiguo de la palabra “democracia”. Esto se hace patente, por ejemplo, cuando afirma: “El nuestro es un país socialista de dictadura democrática popular dirigido por la clase obrera y basado en la alianza obrero-campesina, y todos los poderes del Estado pertenecen al pueblo”. Nótese la expresión “dictadura democrática”. En otras partes del discurso, Xi habla de una “democracia popular de proceso entero”, es decir, una democracia consultiva que supuestamente el pueblo ejerce desde las instancias inferiores del partido y que, dentro de su cosmovisión, es mucho más profunda que la democracia liberal de carácter representativo. LA UTOPÍA DE UNA NUEVA ERAExpuestos los elementos más obvios del informe de Xi, es momento de penetrar de manera más profunda en el texto. Una segunda lectura nos revela algunos elementos de la ideología que Xi Jinping y el PCCh quieren construir para la nación china. En este sentido, algo también frecuente en este tipo de discursos es que están orientados hacia un futuro utópico. En el texto, Xi alude continuamente a que el objetivo de China es liderar la “construcción de una nueva era” para el mundo, una era de desarrollo económico, prosperidad común, estabilidad social y multilateralismo internacional. Un ejemplo paradigmático de la visión utópica del presidente chino se puede encontrar cuando en un momento del discurso afirma: Firmemente resuelto a llevar adelante la prolongada gran causa de la nación china y dedicado a la noble causa de la paz y desarrollo de la humanidad, nuestro partido tiene una responsabilidad de importancia suprema y una misión incomparablemente gloriosa. Estas palabras luminosas de Xi Jinping me han hecho pensar en algo que Fredric Jameson afirma en su libro The Seeds of Time. Para este autor la utopía siempre propone la liberación frente a estructuras hegemónicas, que en el discurso de Xi se corresponden claramente con la imposición del poder occidental. El texto no describe sino de manera muy vaga el mundo libre al que hemos de llegar en el futuro gracias al liderazgo chino. Por el contrario, solo detalla la construcción de los mecanismos materiales que por sí mismos posibilitarán la liberación futura. Estos mecanismos materiales, por supuesto, son coercitivos y sirven para neutralizar las estructuras hegemónicas que bloquean la consecución del futuro utópico. Un futuro utópico que, por cierto, tiene fecha: 2049, año en el que, según los planes de Xi Jinping, China se convertirá en una nación plenamente desarrollada y liderará el mundo. Los mecanismos materiales que propone Xi consisten en toda la batería de medidas económicas, políticas y sociales que servirán para implementar tanto el poder blando como el duro que el PCCh va a ejercer, como mínimo, los próximos cinco años. Tal vez este análisis teórico pueda resultar un tanto abstracto, pero es fácil de entender si nos atenemos a la realidad de la actuación del gobierno chino en los últimos años. En la mente de Xi, como de toda la cúpula del partido/gobierno chino, para alcanzar ese “futuro feliz” del que habla en su discurso, se debe tomar toda acción posible contra los obstáculos que bloqueen su consecución, para lo cual debe utilizar mecanismos materiales como son la represión de toda disidencia interna, la militarización de las relaciones con Macao, Hong Kong y Taiwán, el expansionismo en el mar de China, la coalición con otros regímenes dictatoriales, la opresión ejercida sobre los pueblos tibetano y uigur o la deuda trampa contraída por países pobres que solo podrán devolver mediante concesiones políticas y militares. EL SIGLO DE LA HUMILLACIÓN Otro elemento interesante tiene que ver con lo que Milan Kundera llamaría el pozo del pasado. A lo largo de todo el texto hay dos motivos, aparentemente inconexos, que se repiten en incontables ocasiones. El primero de ellos es la “revitalización de la nación china”. ¿Tiene sentido hablar de la revitalización de un país? ¿Cuándo perdió China su vigor? El uso de metáforas con referente humano para construir la nación no es nuevo. Las ideologías más reaccionarias siempre han sido proclives a conceptualizarla usando términos propios de la estructura familiar. Así, la nación era la madre o el padre de los ciudadanos: madre patria, motherland, Vaterland. Este tipo de metáforas incide en la idea de que la nación es una anciana o un anciano, ya que hunde sus raíces en la historia o incluso el mito. Esta concepción quiere transmitir la idea reaccionaria de que no es posible cambiar la nación dado que su historia tiene carácter supra-humano y que intentarlo supone poco menos que una blasfemia. Sin embargo, en el discurso público del PCCh hay algo diferente. La nación debe cambiar para que vuelva a ser joven y vital. Se diría que en el ideario de Xi Jinping la nación se percibe como una vieja dama a la que es posible devolverle sus antiguos ímpetus gracias a la fuente de la eterna juventud de la que manan las políticas del Consejo de Estado. No es difícil darse cuenta de que Xi está pensando en los dos últimos siglos de historia china y, muy especialmente, el “Siglo de la Humillación”. Desde el comienzo en 1839 de la primera guerra del opio, que acabó con la ocupación británica de Hong Kong, hasta el final de la segunda guerra sino-japonesa en 1945, dentro del marco de la II Guerra Mundial, una China ineficiente, anticuada y ensimismada cayó bajo el dominio de potencias extranjeras. Fue entonces, por ejemplo, cuando el comercio chino fue explotado por países como Gran Bretaña, Francia, Rusia o Japón. El recuerdo del Siglo de la Humillación está muy presente hoy en día en el ideario colectivo chino e inspira buena parte de su política internacional. Casi se podría decir que la “nueva era” proclamada a bombo y platillo en el discurso de Xi Jinping dibuja en realidad un futuro “Siglo de la Venganza”. A esta realidad histórica hace referencia también otro tropo del discurso: “las peculiaridades chinas”. Esta expresión se derrama por todo el texto. Todo ha de tener peculiaridades chinas: la diplomacia, el ejército, la ciencia, la modernización, el sistema empresarial. La lista es inacabable. Mención especial cabe hacer del “socialismo con peculiaridades chinas” que el gobierno de Xi quiere exportar como ideología de la nueva era. Este elemento discursivo tiene que ver con la obsesión china de protegerse de los poderes extranjeros. De ahí su tradicional política de no intervenir en los problemas internos de otros países desde la instauración de la República Popular de Mao. Política que siempre llevó a China a ponerse de perfil en política internacional y explica, por ejemplo, por qué la delegación china siempre votaba en contra de cualquier resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que tuviera como propósito la intervención militar en los conflictos internos de terceros países. Las “peculiaridades chinas” de Xi nacen de aquel Siglo de la Humillación y de la política de no intervención de Mao y Deng. Hoy China ha finiquitado esta última y comienza a ejercer su poder sobre otros países, pero esta nueva postura nace paradójicamente de la anterior. El principal propósito de su expansionismo tiene su origen en el resquemor chino ante cualquier posible contaminación ideológica o control político que pueda venir de fuera, especialmente de Occidente. La diferencia es que, ahora que se siente poderosa, China intenta mantener alejados a los poderes externos utilizando los mecanismos hegemónicos de los que fue víctima en el pasado, en lugar de aislarse del exterior como en las épocas de Mao y Deng. Como vemos, bajo el retoricismo amable de sus grandes discursos políticos es posible descubrir los tropos que el presidente chino Xi Jinping utiliza para la construcción ideológica de una nueva China. Una nueva concepción de la nación que se construye sobre un espacio paradójico entre el futuro y el pasado: el futuro utópico dibujado por Xi, que incluye, no lo olvidemos, oscuros mecanismos materiales que deben permitir alcanzar la liberación/hegemonía en 2045, y el pasado vergonzante y traumático del Siglo de la Humillación china. Llegan tiempos revueltos para las naciones, pero vibrantes para el pensador disolvente. Para bien o para mal un nuevo tablero para el ajedrez del poder mundial se ha puesto sobre la mesa, y aquí estará Política Mínima para reflexionar sobre él. ¿Quién es Xi Jinping? Reportaje publicado por The Economist (Video en inglés)
El poder, una palabra que, no por manida, deja de contener algún tipo de misterio impenetrable. Cuando se discute el significado del concepto poder, nuestra mente en seguida lo conecta con otros en los que, en principio, encuentra algún vínculo: por un lado, represión, hegemonía, imposición, control, jerarquía, coacción, disciplina, castigo, así como liberación, dialéctica, negociación, igualdad, diálogo, rebelión, resistencia, liberación, por otro, solo por citar los ejemplos más emblemáticos. Sin embargo, este concepto es tan escurridizo que parece escapar siempre a cualquier intento de definición. El D.R.A.E., sin ir más lejos, ofrece una que podemos calificar, cuanto menos, de titubeante en cuanto a lo que se refiere a la naturaleza o sustancia del poder. Esto se puede percibir en la lista de nociones que encabeza su definición: “Dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo”. Cuando probamos a aplicar esta definición a nuestra experiencia del poder, en seguida nos damos cuenta de que algunos de sus territorios y contornos escapan a la extensión de cualquiera de esos cuatro términos. Es como si el poder fuera, tal vez, un cajón desastre donde cabe prácticamente todo lo relacionado con la conducta social del ser humano o, incluso, una palabra por principio indefinible. A veces incluso es tentadora la idea de considerar el poder como un concepto vacío y que, por lo tanto, puede llenarse de cualquier significado que interese darle. En cualquier caso, definir el poder no en absoluto una tarea fútil o intranscendente. El poder está detrás de cada una de las acciones de dimensión social del ser humano. Todo acto humano, civilizado o bárbaro, hunde sus raíces en algún tipo de lucha por el poder. Podemos hablar de un poder duro, el que ejercen los ejércitos, la policía o los tribunales de justicia, y de un poder blando, el que está detrás de la imposición o exportación de artefactos culturales y valores sociales. Más aun, a partir del análisis de autores como Marx, Mannheim, Gramsci y Althusser es posible hablar de un poder que crea y manipula las ideas que arbitrariamente construyen las ideologías. Este concepto, que abarca a los dos antes citados, extiende su influencia por todo el tejido social y se manifiesta con más fuerza en la construcción de las identidades que nos permiten ubicarnos e interactuar socialmente. Lo más peligroso del poder que se oculta tras la ideología es que no es evidente para nuestra conciencia, sino que únicamente puede ser revelado por el uso de nuestras habilidades críticas. Pero, en definitiva, ¿qué es el poder? ¿Cómo afecta a nuestras vidas? ¿Es posible escapar a su control o debemos resignarnos a la sumisión? Estas son las preguntas fundamentales sobre la que Política Mínima intenta arrojar alguna luz. Entender la naturaleza del poder, así como sus mecanismos, es la clave para poder descifrar el mundo en que vivimos. ¿CUÁL ES EL PROPÓSITO DE POLÍTICA MÍNIMA?El año 2008 fue una fecha clave en mi formación intelectual. La política no me era totalmente desconocida. Durante mi juventud, participé en la política municipal de mi localidad e incluso fui el presidente local del Movimiento contra la Intolerancia. Eran años de ideales nobles y optimismo sobre la naturaleza humana. Sin embargo, algunos años después, durante la crisis de 2008 algo cambió mi manera de concebir el mundo. En aquel momento me encontraba estudiando mi doctorado en la Universidad de California. Durante varios años, como parte de mi formación académica, había leído multitud de libros sobre teoría crítica y teoría social. Marx, Weber, Foucault, Adorno son solo algunos de los nombres sobre cuyas ideas discutíamos dentro y fuera de las aulas. La crisis económica desatada aquel año me produjo, primero, perplejidad ante aquella jerga financiera impenetrable y, segundo, una sensación de malestar, de que había dado con un error en la “matriz” cultural; como si, de repente, toda la ideología del capitalismo, de la cual no era consciente, se hubiera materializado y hecho visible. Esta vez, además, contaba con las herramientas críticas que mis lecturas me habían proporcionado, que de la noche a la mañana se habían vuelto útiles, pues me ofrecían poderosas narrativas capaces de explicar al menos grandes fragmentos de aquel mundo que parecía se venía abajo. Desde entonces, mirar con sospecha, no solo la política y la economía, sino también los procesos culturales en los que estamos insertos se volvió en mí un instinto. De aquel impulso crítico frente a la ideología nace ahora el proyecto Política Mínima, un blog en el que quiero volcar las ideas y reflexiones que he ido desarrollando a lo largo de los años en torno al poder y sus ramificaciones. A partir de este impulso, la misión de Política Mínima es ofrecer al lector retazos, fragmentos, pedazos de verdad de la vida inmediata y la relación de esta con el poder. En cada uno de los textos aquí publicados, analizaré las contradicciones ideológicas de los acontecimientos políticos, económicos y culturales de la más exaltada actualidad, a la vez que exploraré las ideas que sobre el poder nos ofrecen autores tan distantes políticamente unos de otros como Foucault, Rawls and Galbraith, por un lado, y Gramsci, Althusser y Žižek, por otro, por citar solo algunos ejemplos significativos. Todo explicado con un lenguaje sencillo accesible al público no especializado. Por otro lado, el lector no encontrará en este blog conclusiones definitivas ni juicios absolutos. Cada una de las entradas que lo conforman quiere ser el punto de partida de un diálogo. Mi visión a la hora de iniciar este proyecto es la de crear una comunidad inquieta y curiosa que quiera ver un poco más allá de la información cruda que ofrecen los telediarios. Una comunidad que, a través del diálogo, negocie el significado, la naturaleza y las implicaciones del poder, para que cada uno de sus miembros llegue a sus propias conclusiones.
Además de su misión y su visión, el proyecto Política Mínima se sustenta sobre un grupo de valores, inevitablemente provisionales, a modo de acuerdo de mínimos, que permita cimentar el debate en torno al poder:
Sobre estas bases, amigo lector, Política Mínima inicia el debate en torno al poder. Deseo que este blog te resulte interesante y, sobre todo, te dé pie a pensar. En definitiva, como se diría en nuestro siglo áureo, deseo que la lectura de Política Mínima te sea de provecho. |
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